Reseñas
Iker González-Allende (ed.), El exilio vasco: estudios en homenaje al profesor José Ángel Ascunce Arrieta, Bilbao, Universidad de Deusto, 2016, 420 pp.
Iker González-Allende reúne en este volumen a estudiosos y estudiosas del exilio vasco para homenajear al profesor José Ángel Ascunce Arrieta. El resultado es un magnífico trabajo que logra dar cuenta de la pluralidad y heterogeneidad del exilio vasco en quince estudios que abarcan todos los géneros literarios desde diferentes disciplinas.
El libro está encabezado por una introducción del propio editor y una exhaustiva lista de los trabajos y publicaciones del profesor Ascunce Arrieta que resalta su perspectiva abarcadora del exilio con estudios sobre escritores de ambas tendencias ideológicas: republicanos vascos y nacionalistas vascos.
En su introducción, González-Allende recupera la concepción de Ascunce Arrieta de exilio como expatriación forzosa por razones de ideología política, con el arraigo y la alienación como categorías ontológicas del mismo; y a la vez, como fenómeno que encierra múltiples perspectivas: como experiencia subjetiva, como hecho histórico y como testimonio. González-Allende enumera los diferentes exilios sufridos por Euskadi a lo largo de la historia, siendo el propiciado por la Guerra Civil y la dictadura franquista el más significativo. Subraya, retomando a Ascunce Arrieta, la pluralidad ideológica del exilio vasco como rasgo que lo distingue del exilio español republicano; y señala dos ámbitos diferenciados: el nacionalista vasco y el republicano. A pesar de esta distinción, Ascunce Arrieta considera que el exilio vasco es aquel protagonizado por ciudadanos vascos, independientemente de sus posiciones ideológicas o de su medio de expresión en español o euskera.
El exilio vasco está dividido en dos partes: “Estudios Generales” y “Autores y obras del exilio vasco”. La primera se inicia con una entrevista a Ascunce Arrieta que repasa su trayectoria académica y sus aportes a la temática. Asimismo, da cuenta de las dificultades que atraviesa el estudio del exilio vasco: siendo interés de una minoría, el apoyo institucional y económico es reducido. Sin embargo, para el autor es innegable la importancia del estudio para la historia y la cultura. Esto queda demostrado en su continua búsqueda y recuperación de autores que fueron relegados al olvido. Ascunce Arrieta señala la historia del País Vasco como una historia de exilios, entendiéndose como parte de su identidad y, a lo largo de la entrevista a cargo de González-Allende, se encarga de delinear las particularidades del exilio vasco de la Guerra Civil, sus líneas temáticas principales, la importancia del idioma (especialmente en el caso de los nacionalistas), los autores y autoras vascos; el rol de las mujeres y el retorno.
En el segundo capítulo, Mercedes Acillona López analiza la importancia del espacio en el exilio destacando cómo el exiliado vasco construye su identidad en un contexto dominado por la carencia. Sólo en comunidad se logra recrear un espacio cargado de símbolos y elementos compartidos por todos, un espacio que reafirma la identidad individual y la salva a través del encuentro con la colectividad. Las casas vascas recrean, para los exiliados, la patria y, simbólicamente, “permite una soldadura en el tiempo quebrado” (90).
Durante el franquismo, la producción intelectual en euskera sufrió la prohibición, la persecución, el olvido y la proscripción. En “Contra el silencio impuesto. Las publicaciones en lengua vasca del exilio de 1936” Zabala Agirre analiza cómo, contra todo pronóstico, el euskera sobrevivió a este período gracias a las publicaciones que tuvieron lugar en las diferentes cabeceras del exilio y que lucharon contra la represión con el arma de la palabra: “Argia, Euzco-Gogoa y Euzkaltzaleak, con diferentes planteamientos y propuestas, mantuvieron viva la llama de la lengua como vehículo de comunicación escrita, demostrando en la práctica que era posible una cultura moderna y plural en las circunstancias más dramáticas” (115).
Una gran cantidad de exiliados formó parte activamente del teatro vasco durante los años de exilio. Gil Fombellida analiza en su trabajo “Teatros del exilio vasco” la preservación de la identidad vasca en la historia de este fenómeno a través de figuras, obras y actividades concretas que representan la variedad de formas de hacer y entender el teatro. La autora elige recuperar los cuadros escénicos de Antzerki en Argentina y la trayectoria de los directores Eduardo Ugarte, José Martín Elizondo y Rafael López Miarnau por considerarlos nombres imprescindibles del fenómeno teatral.
En “Gernika desde el exilio” Arantzazu Ametzaga y Xabier Araujo analizan el impacto que tuvo en la comunidad vasca, tanto en lo personal como en lo colectivo, el bombardeo de Gernika. Los autores entrecruzan el relato personal del bombardeo con su análisis científico entendiendo que “todo vasco es eso, superviviente de la gran tragedia de nuestro tiempo que fue Guernika” (147). Como “hijos de Gernika”, los vascos inauguran lugares públicos que conmemoran la masacre en diferentes cabeceras del exilio como sitios de memoria con fuerte intencionalidad política.
En el sexto y último capítulo de la primera sección, Sueiro Rodríguez analiza la influencia de los exiliados vascos en la educación superior cubana. Si bien la presencia de los intelectuales vascos no fue tan significativa como en otros países de América, el aporte intelectual de figuras como Luis Arana Larrea y Anastasio Mansilla tras el triunfo de la Revolución Cubana fue fundamental. La Reforma Universitaria de 1962 establecía el estudio de marxismo en las carreras universitarias y, en este nuevo panorama, Larrea y Mansilla jugaron un papel clave ya que estuvieron a cargo de la formación y organización de las nuevas cátedras.
La segunda parte de El exilio vasco, dedicada a los estudios de caso, recoge la producción y experiencia de Ernestina de Champourcin, María Luisa Elío, Carlos Blanco, Martín Ugalde, José Martín Elizondo, Eugenio Ímaz, Juan Larrea y Teodoro Olarte. Estos trabajos analizan cómo el exilio marcó su producción y cuáles fueron sus modos de lidiar con el desarraigo.
En el primer capítulo de la segunda parte, Aznar Soler analiza la novela Los nudos del quipu de Cecilia G. de Guilarte. El autor hace hincapié, fundamentalmente, en el conflicto generacional del exilio que se ve representado en la novela. Padres españoles exiliados deben enfrentarse al hecho que sus hijos se sienten más identificados con su “nueva patria” y que no quieren saber nada de la patria lejana. Los padres tienen la sensación de un fracaso educativo, “de haberse equivocado en lo esencial” (193).
Los estudiosos de la poesía exílica de Champourcin solían enfocarse en la poesía escrita por la autora luego de su regreso a España, coincidiendo que en este período podían observarse con claridad los sentimientos de desarraigo, soledad y ruptura. En el capítulo octavo “Escritura de exilio en la poesía mexicana de Champourcin”, la autora Fernández Urtasun analiza el período mexicano, reconociendo una nueva voz poética (nueva porque había estado silenciada durante dieciséis años), una voz que se ancla en el presente, que no evoca paisajes añorados y que se reconstruye en una nueva religiosidad que inunda este período de su poesía.
Mónica Jato se propone recuperar la trayectoria literaria de María Luisa Elío para analizarla desde la perspectiva teórica del trauma. De acuerdo con Jato, el testimonio de Elío repetido en tres marcos narrativos (película, testimonio audiovisual y relato autobiográfico) constituye un mecanismo decisivo en la reconstrucción del sujeto después del trauma del desarraigo. A través del relato, como acto de habla de la memoria, Elío es capaz de reinterpretar la vida que le fue negada en una constante “evocación de ese recuerdo imperecedero de la familia feliz antes de que la tragedia se desencadenara” (253).
María Teresa González de Garay analiza en el capítulo décimo los escritos Carreteras de Cuernavaca y De mal asiento de Carlos Blanco Aguinaga, quien, como María Luisa Elío, es un niño de la guerra. El interés de la autora radica principalmente en la memoria histórica como comprensión del presente, el mantenimiento de la identidad de origen y la integración en las sociedades de adopción; y cómo todos estos temas confluyen en los niños del exilio en “un sentimiento muy fuerte de identidad, pero a veces también de culpa por haberse integrado perfectamente bien en otras tierras, por haber dejado la herencia del exilio orillada, por haber vivido” (277).
Ariznabarreta Garabieta en “La escritura como lugar para vivir en la obra del exilio de Martín Ugalde” analiza el valor testimonial que tienen tanto los artículos periodísticos como los textos ficcionales del autor. Los diferentes textos de Ugalde “en la medida que epitoman el testimonio de un eterno exiliado [...] fueron construidos desde el compromiso con la memoria (a)callada de sus coetáneos venezolanos y vascos” (284).
Verónica Azcue en “Las ideas estéticas de José Martín Elizondo: hacia una dramatización del arte” se propone un acercamiento a la obra del dramaturgo para, por un lado, lograr una comprensión de los rasgos constitutivos de su teatro; y por otro, revelar y analizar su teoría estética vinculada a teorías marxistizantes y prácticas de vanguardia.
Los últimos cuatro trabajos se dedican al ensayo y la filosofía del exilio vasco, rescatando y analizando las figuras de Eugenio Ímaz, Juan Larrea y Teodoro Olarte. Mandado Gutiérrez se enfoca en la heterodoxia de Ímaz y su apoyo a los republicanos, afirmando que “la heterodoxia traductora e historicista de Ímaz fue un ejercicio de pundonor intelectual y político, y en México, además un exponente cualificado de la fecundidad de dos magníficos orgullos nacionales hermanados por la Historia, especialmente durante la II República Española y el exilio de sus defensores” (348).
La figura de Juan Larrea es retomada, por un lado, por González Neira que analiza la influencia de la figura del intelectual en Cuadernos Americanos. Por otro lado, Tejada estudia el proyecto filosófico de Larrea en Razón de ser, que reside en la reconstrucción de la casa natal, matricial, paternal en ruinas, sin caer en el nacionalismo; proyectándola en el idealismo de la reconciliación.
La obra cierra con un análisis de la figura de Teodoro Olarte a cargo de Jiménez Matarrita, quien ahonda en la importancia de Olarte en la vida filosófica y cultural de Costa Rica, especialmente en la revista Idearium que Olarte fundó y dirigió en aquel país.
Iker González-Allende combina en El exilio vasco, gracias al aporte de reconocidos intelectuales de diferentes ámbitos académicos, experiencia y reflexiones teóricas. Este volumen muestra con gran claridad y lucidez, por un lado, la pluralidad y heterogeneidad del exilio vasco; y, por otro lado, la importancia radical que tuvieron la trayectoria y los aportes de Ascunce Arrieta a este campo de estudio.